Borja, vestido aún con el chándal del Atlético, en una de las cabinas del Cerro del Espino de Majadahonda, hace una pausa y continúa su charla con EL MUNDO: «Ahí ya se le veían cosillas. Era muy pícaro, muy travieso y muy inteligente con el balón para la edad que tenía. Le dabas la pelota y hacía cosas diferentes». Fue el abuelo, de intenso latido rojiblanco, quien vio el anuncio y Borja, que no estaba muy convencido, quien acabó entrando en el equipo.
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